Educacion

La disgrafía y la disortografía

Dos trastornos de la expresión escrita fáciles de tratar si se detecta correctamente su causa
Meritxell Fandiño
19:02h Lunes, 07 de noviembre de 2011
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Ya tratamos en una ocasión el trastorno de la expresión escrita, es decir, aquel que engloba una mala escritura, una mala ortografía, errores gramaticales y errores de puntuación de procedencia desconocida. Se detecta normalmente en la infancia y tras el aprendizaje de la escritura, y solo se considera como tal si no hay tras él un origen de tipo intelectual, afectivo, social o similar. Hoy nos centramos un poco en dos problemas en el aprendizaje relacionados con esta cuestión y más comunes de lo que parece: la disgrafía y la disortografía.

El momento para detectar estos trastornos es después de aprender a escribir


La disgrafía podría resumirse como ‘mala letra’, aunque es una definición muy vaga. Sus síntomas suelen manifestarse a través del grafismo: letras demasiado grandes, demasiado inclinadas, con demasiado espacio entre ellas o demasiado juntas. En definitiva, un texto de difícil comprensión, con letras y palabras irreconocibles. Ello suele ir ligado a malos hábitos en el proceso de escritura: coger mal el bolígrafo, apretar mucho al escribir, ir con prisas o sentarse en una mala postura.

En la mayoría de casos se trata de un problema estrictamente psicomotor, pero en ocasiones hay tras él también problemas de percepción de las formas, desorientación espacial y temporal o trastornos de ritmo. Mientras que el primer caso es fácil de tratar en el contexto escolar, el segundo puede requerir ayuda de especialistas. En todo caso, en el siguiente enlace encontraréis información sobre el tratamiento de la disgrafía.

La disortografía, en cambio, hace referencia a errores de tipo ortográfico y ajenos a la representación gráfica de la palabra, aunque pueda ir asociada a la disgrafía. En este caso el problema son las ‘faltas’, que pueden ir desde simples acentos olvidados, plurales mal formados o confusión de artículos (una cuestión de desconocimiento o negligencia) hasta dificultades relacionadas con la correspondencia entre fonema (sonido) y grafema (letra): cambio de letras, de sílabas e incluso sustituciones de palabras. Aunque en sus manifestaciones más graves suele ir asociada a trastornos intelectuales o de la lectura, también pueden manifestarse de forma aislada. Se denomina entonces trastorno específico de la ortografía.

Hay maneras muy distintas de tratar la disortografía. Las más habituales, a modo de ejercicios de clase tipo corrección de las palabras mal escritas en un dictado, son las más habituales para cuando el trastorno es leve. En estos casos, el déficit se vincula con problemas de atención en clase, de procedencia del alumno, etc. No obstante, un buen diagnóstico es muy importante, pues puede tratarse de un problema visoespacial, por ejemplo, y requerir un tratamiento muy distinto y específico.

En cualquiera de los casos, un trastorno de la expresión escrita es de fácil solución siempre y cuando se detecte a tiempo. El hecho de ponerle nombre a un problema ayudará al alumno a confiar en sí mismo y contribuirá a que se ponga al día en mucho menos tiempo. Por supuesto, ello tendrá grandes consecuencias de cara al futuro, por lo que no es una cuestión para tomarse a la ligera.

Foto: qwrrty en Flickr.com.

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