¿Cuándo va a leer mi niño?
Suele ser una pregunta que atormenta más a los padres que a los mismos chicos. El hecho del que el hijo del vecino o el compañerito del jardín ya sepan leer o escribir su nombre y el nuestro todavía no se haya iniciado en ninguna de las dos prácticas, parece que significa que el nuestro va a ir retrasado en toda su escolaridad.
Nada más lejos de la realidad.
Como en otros procesos de aprendizaje por los que pasa el niño, todo llegará en su momento oportuno. En realidad el asunto tendría que preocuparnos si pasados los 7 años no hubiera empezado ya, al menos, a inquietarse por querer descifrar esos garabatos que ve escrito (leer) o a querer imitarlos, después de comprenderlos (escribir).
Lo que sí pueden hacer los padres en ese período de abordaje, en la primera fase, si se quiere expresar por etapas, es motivar al chico a la lectura. Despertando así el interés por el aprendizaje de la lectura, que no es lo mismo que agobiarlos ni atosigarlos para que lo logren. No se pretende que nuestros hijos sean genios, sino que lo que hagan y lo que logren, por muy poco que esto sea, lo hagan bien y con gusto.
Lo primero que puede hacer un padre para que su hijo lea es leer él. Es sencillo, ¿no? Los chicos gustan imitar todas las actitudes que ven en sus padres, por eso, si en casa hay libros y si esos libros no son puramente de adorno, si los padres los usan, los leen, el chico lo verá como algo familiar y también tenderá a usarlos.
Un consejo, deje libros que ya están estropeados, de esos que tenemos siempre en casa, aquellas novelas espantosas que nos regalaron una vez y que nos da pena tirar, pero que no sabemos dónde esconder para no volver a verlas, las agendas que ya no usamos, viejos libros de texto, todo vale, siempre y cuando tenga letras y, si tienen dibujitos, mejor. Todos al alcance de los más pequeños, incluso, déjeles un estante de la biblioteca para ‘sus’ libros.
Si a los papás no les gusta leer, al menos, cuéntenles cuentos, historias infantiles, que incentiven su imaginación.
Suscríbale a una revista infantil, aunque ellos no la lean, al principio les van a tener que ayudar, luego, ellos mismos acabarán sumergiéndose en su contemplación, poco a poco, en su lectura.
Eso en casa, ¿qué va a pasar en la escuela?
Ante todo hay que recordar que todo proceso educativo consta de tres puntales inseparables, que tienen que trabajar a la una, donde aquella frase de ‘Uno para todos y todos para uno’ se ha de cumplir a rajatabla, son, por supuesto, el chico o la chica, los padres y el profesor. Pero cada cosa tiene un tiempo.
Por otra parte, existen varios métodos para llevar a cabo el proceso de aprendizaje de lectoescritura, la salida es la misma, el camino es el mismo y la meta debe ser también la misma, cambia el vehículo, nada más.
En los primeros años de jardín (preescolar), los niños y las niñas son todavía muy pequeños para iniciarse en la lectura; en los últimos años de esta etapa escolar, llegará el reconocimiento de su nombre escrito, identificar algunas palabras con apoyo visual, algunas marcas de productos en su contexto publicitario. Es un método visual de conjunto que llevará al niño a acabar distinguiendo y separando letras y sílabas en una palabra.
Se puede hablar, propiamente, de cuatro fases en este proceso de aprendizaje, algunas de estas fases son comunes con la escritura, pero no siempre.
La primera fase o ‘seudolectura’, en la que el niño, sin llegar a descifrar la palabra, la ‘adivina’ dentro de un contexto. Fuera de este contexto, no tiene ningún significado para él. Esta fase, en ocasiones, se inicia al mismo tiempo que el niño aprende a hablar y es capaz de pedir determinado producto cuando ve la publicidad correspondiente. El niño ve el paquete de Colacao y repite ‘colacao’ (peor o mejor pronunciado). Evidentemente esta fase no se corresponde con ningún proceso de aprendizaje de escritura.
En la segunda fase, el niño sabe distinguir ciertas palabras que ve escritas, sin distinguir letras del alfabeto, por lo que no puede distinguir palabras que no conoce. Normalmente es su nombre o el de sus padres, o ‘papá’ o ‘mamá’ y pocas más. Es lo que se llama la lectura logográfica.
Estas dos etapas suelen identificarse con los juegos que se hace en el jardín de infancia. No es el momento aún de iniciarse en la lectura propiamente dicha, eso va a ser en la tercera etapa.
En la tercera etapa, el niño aprenderá a identificar las partes de la palabra: letras y sílabas, y de asignarles el sonido correspondiente. Es el momento en el que aprende que ‘p’ más ‘a’ es ‘pa’ y que ‘m’ con ‘a’ es ‘ma’. Podrá ahora leer palabras que conoce. Hay que tener en cuenta también que estas palabras deben ir aumentando su vocabulario, pero tampoco hay que salirse de un léxico que pertenezca a su mundo. Esta etapa es lo que se conoce como lectura alfabética fonológica.
La cuarta etapa o lectura ortográfica es aquella en la que el niño ya puede leer una palabra entera, no porque la identifique con un dibujo o por su forma, sino porque reconoce cada una de sus partes y sabe descifrarlas, decodifica rápidamente el código empleado, las letras que la forman. Y ahora sí que pueden deletrear, incluso, palabras cuyo significado no conocen o que le son extrañas. Y, por supuesto, si sabe deletrear, también puede saber escribir o, mejor dicho, estar iniciándose en la escritura.
¿Y qué pasa con la escritura?
Normalmente, los niños y las niñas no creen tan necesario escribir como leer. Desde luego no ocurre en todos los casos, pues si el niño o la niña ve que sus padres escriben con asiduidad, también él va a querer hacerlo, por puro proceso de aprendizaje imitativo. Pero, desgraciadamente, no es una actividad muy usual. De manera que el niño sólo tiene contacto con la escritura en la escuela, donde, en ocasiones, hasta puede recibir una penalización si no sigue las normas impuestas por el maestro. En este situación tan conflictiva habría que colocar muchas veces el origen de esas faltas de ortografía que tanto hacen sufrir al escolar.
Cambiaríamos bastante el aprendizaje de la escritura si también lo tomáramos como un asunto más cotidiano y le hiciéramos ver al chico que escribir no es nada sacrificado, sino algo bello, que no se escribe para el maestro, sino para él mismo. Que escribir y leer forman dos caras de la misma moneda y que será cuando domine estas dos caras cuando llegue a conocer y comprender mejor parte del mundo que lo rodea.
Si el niño llega a nosotros con un maragato en la hoja y nos dice que ha escrito la letra ‘m’, no le diga, no, eso está fatal, así no se escribe. Cambie ese ‘no’, por un ‘si este palito lo hacemos de esta otra manera’ o ‘quizás deberías practicar un poco más’.
Y, por supuesto, igual que nos obsesionamos porque nuestros niños lean, impliquémonos un poco más en el proceso de aprendizaje de escritura.
Y en el aprendizaje de la escritura, igual que ocurría