El calentamiento global es abordado y debatido desde diversos puntos de vista. El futuro del planeta depende de que esas visiones se articulen y planifiquen.
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Desde que la Tierra “pasó a ser redonda”, el conocimiento pareció ovillarse de igual forma iniciándose una vertiginosa carrera hacia el desarrollo científico y tecnológico. Hoy, sin embargo, se plantea la disyuntiva sobre cuánto de este progreso fomentó el equilibrio del planeta y cuánto, y de qué tipo, se necesita para lograr que las futuras generaciones gocen de los “beneficios” modernos. El debate sobre el cambio climático, como consecuencia del calentamiento global, se coloca así en el ojo de la tormenta.
Desde que las primeras distorsiones ecológicas se suscitaron, poco difundidas u opacadas por los problemas sociopolíticos del momento, entró a tallar el tema del cambio climático. Incluso, tras una virulenta tormenta que azotó Inglaterra en la década del 30, Winston Churchill sostuvo que la era de las medidas ineficaces y desconcertantes llegaba a su fin dando paso a la “era de las consecuencias”. En el Perú por ejemplo, sufrimos la pérdida de Pastoruri como otrora nevado emblemático. Cada quien con sus consecuencias.
La última década marcó la pauta de los desastres naturales a raíz del calentamiento global. En Europa, la ola de calor del año 2005 mató a 30 mil personas. La India no recibió tanta atención, pero ese mismo año la temperatura alcanzó los 50ºC. Entre el 2004 y el 2005, Norteamérica superó la cifra record de huracanes; Japón, la de tifones. Sólo durante esta década, inundaciones en China y sequías en el África Meridional fueron noticia común.
Asimismo, durante el mismo periodo, la variabilidad climática y la ocurrencia de eventos extremos han afectando severamente a Latinoamérica. Se han reportado desastres de magnitud inusual tales como lluvias intensas en Venezuela (1999, 2005), inundaciones en la región Pampeana de Argentina (2000-2002), sequía en el Amazonas (2005), tormentas de granizo en Bolivia (2002) y en el área del Gran Buenos Aires en Argentina (2006), sin olvidar el excepcional e insólito Huracán “Catarina” en el Atlántico Sur (Brasil, 2004), entre tantos otros.
El informe Cambio Climático 2007 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que evaluó la vulnerabilidad de Latinoamérica frente al calentamiento global, prevé que en unas cuantas décadas es muy probable que desaparezcan los glaciares intertropicales andinos, disminuyendo la disponibilidad de agua y la generación hidroeléctrica, sin contar que ello, y el consecuente incremento del nivel del mar, afectará la ubicación de cardúmenes en las costas peruanas y chilenas. Igualmente, se esperan reducciones drásticas sobre la producción de arroz para el 2020, además de hambrunas masivas.
Si bien el sistema de climas en la tierra es no lineal (puede tener eventos inesperados, pero esporádicos), los eventos extremos sucedidos deben merecer una explicación en la que la responsabilidad social de los sectores productivos ligados a la explotación de recursos naturales sea considerada. Las protestas populares contra el sector primario forman parte de un problema que no se reduce a sequías o inundaciones.
Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos, reflexionaba sobre si era lógico poner en una balanza la economía, la industria y el comercio frente a la ecología y el cuidado del medio ambiente. Su respuesta era que “no”. “Si no tenemos un planeta no hay economía, si hacemos lo correcto crearemos riqueza y fuentes de trabajo”, sostenía en cada una de las conferencias en que explicaba el deterioro climático.
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El conocimiento cabal del cambio en el sistema climático global provee las herramientas necesarias para lograr que la reducción de la vulnerabilidad sea un objetivo explícito de los procesos de desarrollo sostenible, esto último entendido como un proceso de progreso permanente que armoniza los requerimientos sociales y las prerrogativas ecológicas. Este conocimiento reforzará, sin dudas, la estrategia y las políticas que se aplicarán en planes, programas y proyectos futuros.
El intento tangible más resaltante, y también más cuestionado, producido a nivel global fue la firma en 1997 del Tratado de Kyoto. Dicho documento fijaba plazos, metas y objetivos cuantificables orientados a que las emisiones de CO2 disminuyan en todo el mundo hasta el 2012. Sin embargo, el primer traspié para tamaña empresa fue la no adhesión de Australia y Estados Unidos (primer emisor de CO2 en el mundo), aduciendo incompatibilidades con su derrotero económico. El Tratado de Kyoto es el texto más importante en materia de hechos concretos y el menos vinculante.
Sin embargo, hay esfuerzos particulares que buscan revertir el conflicto. Por ejemplo, el Gobierno Chino anunció que regulará los índices de contaminación por persona y que reducirá la energía que consumen sus enormes instalaciones de aire acondicionado. No obstante, los funcionarios chinos afirmaron que su desarrollo industrial es prioritario frente a la preocupación climática. Caso particular es el de EE.UU., que ha comprometido a India, Japón, Australia y Corea del Sur en un Convenio de Desarrollo Limpio, basado en el intercambio de tecnologías que tornen