Modernidad y posmodernidad sos dos conceptos claves para comprender la cultura. Sin embargo, los estudiosos no se han puesto de acuerdo a la hora de concederle un inicio a la Modernidad. Algunos la fijan con la aparición de la imprenta en la baja Edad Media, otros con instauración de la Ilustración y otros como resultado de la Revolución Industrial. Ahora, en cuanto a la posmodernindad no hay discusión, pues esta comienza luego de la Segunda Guerra Mundial. Si bien se fue acentando con los años, una característica de la cultura posmoderna es la moda de la nostalgia, la recurrencia a parámetros productivos ya utilizados en un pasado no muy lejano que marcaron tendencias y que parecen no querer despedirse. De hecho, es la gente quien no se desprende de dichos parámetros y se entrega a un consumo cultural nostálgico al grito de “todo tiempo pasado fue MEJOR”.
Foto: Nimbupani
Desde las últimas dos décadas se dice que ya todo ha sido inventado en el ámbito artístico, pero más que inventado, se podría decir “recreado”. Al parecer, la creatividad humana alcanzó su límite en la Modernidad, época en la que se minimizamos el componente cultural en el arte y se enfatizaba el componente singular. El arte se concibió como la expresión de la unicidad de una persona excepcional, un genio creador, inspirado por una fuerza única dentro de él mismo. El ambiente social, reconocido como el principal determinante en las vidas ordinarias de la gente corriente, se presentaba como un obstáculo contra el que los artistas debían rebelarnos si querían ser grandes. La genialidad y espontaneidad no debían ser inhibidas por las restricciones sociales.
Genios, si los hay hoy, son un número reducido, y difícilmente están apoyados por los medios masivos de comunicación que tanta “legitimidad” otorgan. Desde la visión de la posmodernidad como fin de los grandes relatos hasta la posmodernidad como debilitamiento del pensamiento racional y la visión de una historia unitaria y lineal, el papel de los medios de comunicación ha sido el caballo de batalla fundamental a la hora de las argumentaciones. He aquí la muerte del sujeto (moderno) que caracteriza, entre otras cosas, la posmodernidad. La televisión y las revistas ofrecen productos prefabricados y efímeros que en un par de años nadie recordará, mientras artistas como J.S.Bach, Oscar Wilde y Modigliani siempre serán recordados.
La obsolescencia planificada nos atemoriza cada vez al ser testigos del carácter evanescente del presente, patentado en la velocidad de cambio tanto tecnológico como cultural, social y económico. Ahora más que nunca cobra relevancia la frase “Nada es para siempre”. Excepto, claro, que vivamos en el pasado por temor a desaparecer nosotros mismos en estos tiempos turbulentos.
En el arte, el fin de los grandes relatos (de la Modernidad) y la muerte del sujeto (moderno) lleva a reciclar viejos estilos, al collage, al pastiche… fomentando la retro mode que surge del miedo al olvido. Pero este auge de la memoria tiene su razón de ser. La teoría de Andreas Huyssen consiste en que la memoria funciona como baluarte que defiende a los sujetos posmodernos del miedo a la obsolescencia y la velocidad del cambio, y está más que argumentada y ejemplificada en la obsesión por el pasado y el marketing masivo de la nostalgia.
La insatisfacción (del sujeto posmoderno) surge de una sobrecarga en lo que hace a la información y la percepción, combinado con una aceleración cultural a la cual no estamos preparados para enfrentar. Cuanto más rápido nos vemos empujados hacia un futuro que no nos inspira confianza, más fuerte es el deseo de desacelerar y más nos volvemos hacia la memoria en busca de consuelo. (En busca del futuro perdido, 2000)
La velocidad característica de la posmodernidad genera, como necesaria, una recurrencia a formas de consumo y apropiación de la información que requieran tiempos más acotados. La importancia que la imagen desempeña en la actualidad junto a la lógica del mercado representa una de las principales postulados de Fredric Jameson:
En una época anterior, el arte era un reino más allá de la mercantilización, en el cual todavía existía cierta libertad; (…) Con seguridad, lo que caracteriza la posmodernidad en el área cultural es la sustitución de todo lo que está al margen de esa cultura comercial, su absorción de todas las formas de arte, alto y bajo, junto con la producción misma de imágenes. La imagen es la mercancía del presente, y por eso es vano esperar de ella una negación de la lógica de la producción de mercancía. (El giro cultural, 1998)
Foto: Flickr
Asimismo, Jameson declara que la posmodernidad se caracteriza por la falta de creatividad estilística, propia de su período precedente. “Sólo es posible una cantidad limitada de combinaciones”, afirma. La recurrencia al pasado y el marketing de la nostalgia es un “síntoma alarmante y patológico de una sociedad incapaz de producir representaciones estéticas de nuestra experiencia actual y de enfrentarse con el tiempo y la historia”. Pensemos en el cine comercial y las remakes. Jameson establece una definición del contexto socioeconómico y cultural propio del momento posmoderno en tanto lo concibe como la etapa de máximo desarrollo del capitalismo avanzado e instancia de exceso de vivencias sincrónicas. La idea de la muerte del sujeto, que desarrolla como la decadencia de las pretensiones de individualidad particularmente analizada desde la producción artística, resultan relevante para comprender la recurrencia a las obras del pasado, planteadas como una nostalgia estilística y como propuesta de relatos que, empaquetados y ofrecidos al público, han sido ya todos inventados. Resultado: la posmodernidad se presenta como un subproducto de la modernidad dominante. ¿Qué nos queda? Un presente formado por vestigios fragmentados y empastados cual collage cubista. Una vez más nos apoyamos en el glorioso pasado.
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