Pocos temas han suscitado polémicas tan vivas como el producido por la integración escolar de las personas con discapacidades de carácter intelectual, físico o psíquico. Una gran cantidad de prejuicios han salpicado y salpican aún a una gran cantidad de instituciones escolares, gubernamentales., sanitarias, laborales y sociales.
Todas estas instituciones y otras, deben aún trabajar para que esta integración se convierta en una “normalización” y los antiguos prejuicios y estereotipos plasmados en diversas formas de discriminación, dejen paso a un nuevo periodo en el que el enfoque que reciban estas personas sea tan justo e igualitario como el que reciben las personas “normales”.
Desde los mismos principios de la Humanidad han existido personas con discapacidades mentales y/o físicas ya fuesen congénitas o adquiridas. Este punto parece totalmente cierto aunque no tanto el hecho de que hayan existido grupos de sus congéneres encargados de su asistencia, encuadrada en un movimiento de solidaridad y ayuda mutua dentro de aquellas antiguas comunidades.
Cuando el hombre moderno, Homo Sapiens adquiere un cerebro mayor al de anteriores especimenes como el Homo Erectus ó el hombre de Neanderthal, adquiere también muchas de las características que nos definen como especie y que nos diferencian de otros seres vivos.
Sin embargo a pesar de tantas habilidades adquiridas, el hombre moderno iniciaria un interminable periplo histórico de crueldades hacia sus semejantes, crueldades muchas veces con origen en motivos religiosos o de estereotipos sociales.
Los romanos hacían referencia en sus escritos a estos “locos” como individuos que servían para la diversión de los senadores. También son muy conocidos los casos de infanticidio en aquellos niños que nacían con algún tipo de discapacidad física o psiquica. Estos niños eran arrojados al poco de nacer y aún vivos a zonas destinadas a los desechos y basura comunes.
Las Doce Tablas de la ley romana obligaban al “pater familias”, a matar al niño que naciera deforme. El infanticidio llegó a ser un crimen capital en la ley romana en 374 d.C, pero raramente se perseguía a los que lo cometian.
En la Edad Media las cosas no mejoraron y a pesar de la creación de hospitales y conventos donde y se alojaba y se cuidaba a personas con discapacidades, el alcance de estos centros era de carácter muy limitado. Los prejuicios morales cristianos, y especialmente los católicos, han tendido a relacionar hasta fechas muy recientes, los casos de discapacidad psiquica con posesiones demoniacas. Estos casos era frecuentemente castigados con la hoguera no sin antes pasar por la sala de tortura.
Hará falta llegar hasta el siglo XVI para encontrarse con un cambio de pensamiento más positivo. Un español, Pedro Ponce de León decidió abandonar la posición de los escritos aristotélicos relativos a los sordos. Para los aristotélicos, los sordos no podrína nunca desarrollar el habla y serína por lo tanto ineducables. Pedro Ponce consiguió con éxito, enseñar a un grupo pequeño de sordos a hablar, leer y escribir. Tiempo más tarde, juan Bonet y el abad De l’Epée siguieron esta linea de actuación y se abrió la primera escuela para sordos de Paris en 1760.
A continuación Valetin Hüay, de formación enciclopedista de Voltaire y Rousseau hizo lo mismo para personas ciegas. Hüay tras ver a estas personas sometidas a una explotación de feria decidió fundar en 1784, una institucion para ciegos, también en Paris. En ella algunas de estas personas desarrollaron la capacidad de leer usando letras moldeadas en madera. Sería precisamente un alumno de esta institución, Luis Braille, quien inventara el alfabeto que lleva su nombre, un nuevo ejemplo de tecnologia al servicio de las personas.
Con este ambiente propicio a la atención de las personas discapacitadas, se encuentra en 1798, en un bosque de Aveyron a un chico de entre once y doce años cuyas constumbres se asemejaban a las de los animales. Encontrado por cazadores fue llevado a París y puesto a la atención de Felipe Pinel, un miembro destacado en el tratamiento de personas con discapacidad. Sin embargo, Pinel declaró al chico como incurable e incapaz de aprender. Un discípulo de Pinel, Jean Marc Gaspard Itard, decidió iniciar un programa para enseñarle. Este programa fue recogido en el libro “El niño salvaje de Aveyron”, un clásico de la historia de la educación de las personas con retraso mental. A pesar de las grandes esperanzas de Itard, el niño no consiguió hablar pero si desarrollo una gran número de habilidades. Eduardo Seguin, discípulo de Itard, siguió sus pasos a favor de los esfuerzos educativos para con los discapacitados mentales.
Con la llegada del siglo XIX se entra en la era de las instituciones, una era en la que la ideologia dominante consideraba la existencia de personas con necesidades especiales que precisaban de un esfuerzo profesional para su educación. A pesar de esta nueva consideración, estos individuos siguieron recibiendo una calificación despectiva dentro de la comunidad y la seguirian teniendo aún de forma bastante generalizada hasta bien entrado el siglo XX.
A pesar de todo, los pedagogos continuaron desarrollando nuevas tecnologias de desarrollo y asistencia. Se crearon instituciones en las afueras de la ciudad con verjas y jardines, donde los internos no tenián contacto alguno con el exterior. Esta iniciativa tuvo una optima acogida en las comunidades. Al igual que ocurre con otros problemas actuales, la no existencia de estas personas no constituia como anteriormente, una ofensa a la vista del resto de personas respetables de dichas comundades.
La llegada de este tipo de nuevas instituciones planteo otros problemas y es que estos centros acogían a personas con discapacidades heterogénas recibiendo tratamiento de carácter generalista sin estudiar los casos individuales. No se distinguia a las personas con retraso mental de aquellos enfermos mentales.
Las nuevas instituciones heredaron un pesado lastre consistente en mezclar a sordos, ciegos, retrasados mentales, prostitutas etc como lo atestiguan los casos de las instituciones de Bicetre y la Salpetriere.
No sería hasta 1831, en que se comenzaria a separar en Paris, a los individuos con diferentes necesidades y en España hasta comienzos del siglo XX, entrando con ello en la “era moderna” del tratamiento a personas con necesidades especiales.
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