Una observación muy simple, me ha hecho reflexionar sobre el valor de un buen modelo. Estaba en las escaleras mecánicas del metro con un poco de prisa y quería ir subiendo a pie por ellas, sólo que tenía un pequeño problema: una mujer me obstaculizaba el paso, porque en lugar de situarse al lado derecho (el lugar donde se quedan las personas que se quedan quietas) estaba situada en paralelo a la izquierda de otra mujer, impidiendo el paso.
Le he tocado dos veces en el hombro y le he pedido amablemente si le importaba dejarme pasar. Me ha mirado de un modo extraño, como si el favor que le estaba pidiendo fuera algo excesivo. He seguido mi camino.
Al salir a la calle ha sido cuando me ha venido la reflexión sobre cuan fácil es seguir un modelo. ¿Cómo aprendí que era una norma de buena educación situarme en el lado derecho de las escaleras mecánicas para dejar pasar a aquellos que querían avanzar más rápido? Sin duda algún día que, de pequeña, mis padres me dijeron: “Ven aquí, ponte a la derecha, ¿no ves? Como nosotros. Así los demás te pueden adelantar si quieren”.
Allí donde fueres, haz lo que vieres. Es obvio también que cuando viajas a otro país desconoces sus normas de convivencia. Por ejemplo, este mismo caso de las escaleras aplicado al Reino Unido, invertiría el orden, para dejar pasar nos tendríamos que situar a la izquierda. No hay nada más fácil que aprender a observar, fijarnos en cómo se mueven y actúan los que nos rodean.
Un padre, una madre, un educador, un profesor… tienen que ser un buen ejemplo. A veces sorprende que niños de 5 años ya digan palabrotas o que hagan comentarios barriobajeros. Sin duda, lo han aprendido de sus mayores. Si un adulto, en casa, no para de maldecir, el niño incorpora este lenguaje en su vocabulario porque piensa que es lo correcto. A la edad de 3 o 4 años no puede distinguir qué puede y qué no puede decir, y aprende lo que le enseñan. Por eso, es importante que los mayores sean comedidos y actúen en consecuencia cuando están con críos delante.
¿Existe un Buen Modelo, en mayúsculas y en sentido único? No, es imposible porque cada familia tiene su forma de educar y va a priorizar unos valores por encima de otros. Sin embargo, si que existen normas de convivencia o hábitos básicos que pueden ser comunes a todo el mundo.
Hay ejemplos tan claros como esperar a que se ponga el semáforo en verde para cruzar una calle o esperar a que los demás comensales se sienten en la mesa para empezar a comer. El filósofo Charles S. Peirce afirmaba que las personas son una consecución de hábitos. Y estos se adquieren con mayor facilidad a una edad temprana. No le pidas a una persona que siempre ha masticado el chicle con la boca abierta que lo haga con la boca cerrada cuando tiene 30 años porque muy probablemente te dirá que está acostumbrado a hacerlo con la boca abierta y que con esta edad es muy difícil cambiar.
Un anuncio del Plan de Fomento de la Lectura impulsado por el Ministerio de Educación nos viene a decir lo mismo. Se ve un padre sentado en un sofá y a su lado, su hija. La niña repite todo aquello que hace el padre, es como un espejo. El spot publicitario acaba diciendo: “Si tú lees, ellos leen”.
Además, es muy coherente pedir a los hijos que hagan lo que hacen los adultos. Lo incoherente es lo contrario. ¡Cuántas veces hemos oído a padres fumadores recomendar o prohibir a los adolescentes que fumen! A los ojos del joven, esta orden no tiene ningún tipo de autoridad. En su mente se dibuja como ilógico el hecho de que alguien que fuma le pida que no lo haga porque es algo incongruente. Natural.
Si un adulto escucha música en casa, si cultiva su interés por el cine o la literatura, si es limpio y ordenado, el niño irá creciendo en ese ambiente. Son esponjas que absorben y absorben sin parar. Tampoco se le deben prohibir las cosas sin darle una explicación ya que entonces un “porque sí” siempre será la justificación suficiente y no aprenderá los motivos reales. Otro ejemplo, un crío que pone los pies encima de la mesa. El educador le podrá pedir que no los ponga. Como es normal, el niño, antes de obedecer preguntará el motivo. El educador siempre le puede empezar diciendo: “¿Tú ves que yo lo haga? Si no lo hago es porque es de mala educación estar con los pies encima de la mesa, da muy mal aspecto. Tú fíjate en lo que hacemos nosotros”.
Otra reflexión que surgió este verano en un viaje a Polonia era el grado de respeto que tienen allí los niños por los adultos. Me sorprendió gratamente subir a un autobús y ver que una chica de unos 11 años se levantaba para dejar sentar a una mujer que no tendría más de 60 años. Hablando sobre el tema, me comentaron que allí, desde bien pequeños, son los mismos padres los que les machacan –en el buen sentido– con esta obligación de ser respetuosos con las personas de más edad. Así, cualquier treintañero cederá su asiento a un anciano. Por eso, los niños no cuestionan que ellos también deban hacerlo. Han visto a sus padres y aprenden que es lo correcto. Una actitud muy diferente a la de los jóvenes de aquí. Habrá adolescentes y adolescentes, pero más de una vez les hemos visto encarándose a un anciano porque no quieren dejarles sitio.
Tengamos siempre claro que los pequeños son grandes imitadores. Los mayores son un ejemplo. El hecho de que sea un buen o un mal ejemplo ya dependerá de la actitud y de lo que queramos que sean. Y démosle lo mejor desde los primeros años porque es cuando se muestran más receptivos e interesados por aprender.
Foto2: Gemsling
Foto3: Webchicken
3 Comentarios en “El valor del ejemplo”
[...] existe una fórmula mágica para educar niños responsables, pero sí se puede ir formándoles poco a poco en el compromiso y la entrega, sin pretender [...]
[...] dicen que un ejemplo vale más que mil palabras. Esta frase vino a mi mente a raíz de los últimos acontecimientos que sucedieron en torno a [...]
[...] a distintos contextos. El peligro es que el padre o profesor esté de manera inconsciente siendo de ejemplo negativo para esos dos ojos que con tanta atención todo lo captan, y sin darse cuenta sea [...]