Una de las escenas que más recuerdo de la escuela y que probablemente también les ha sucedido a muchos de ustedes, es aprestarse a comenzar un nuevo año académico y de pronto toparse con que alguien falta, un compañero de carpeta digo. En mi caso fue mucho más notorio esto porque en mi escuela casi no había rotación de alumnos de un año a otro, al menos durante la primaria.
Los que habíamos compartido el aula el año anterior nos conocíamos como la palma de nuestra mano, hasta se podía decir que éramos como una familia. En mi caso, tenía un amiguito de nacionalidad coreana llamado Jon Ming Lee, niño al que apreciaba mucho por su nobleza y tranquilidad, rasgo, este último, poco común y hasta misterioso para su edad, al menos en esta parte del continente.
El hecho es que corría el año 1982 y me disponía a comenzar el segundo año en mi escuela y uno de los amigos con quien más ganas tenía de reencontrarme, no aparecía en la lista publicada en la pared exterior de mi salón. Recuerdo bien que ese día llegué tarde y no pude revisar en las demás listas porque cabía la remota posibilidad de que hubiese recalado en una de las otras tres aulas, lo cual tenía sentido lógico pues al ser un niño que venía de un país con cultura distinta al mío, no resultaba raro que trataran de acelerar su proceso de socialización con el resto de la promoción. Llegó el recreo y no pude divisarlo por ningún lado, pregunté a otros niños si lo habían visto y algunos ya ni se acordaban de él. Pensé que lo localizaría a la hora de salida pero tampoco tuve éxito. Quizá faltó el primer día –pensé- o quién sabe aún no regresa de sus vacaciones –pensaba que había regresado a su país natal de visita-.
Los días pasaron y nunca apareció. Ninguno de mis maestros supo darme razón y, a decir verdad, me había olvidado del asunto hasta que estos temas aparecen ya en la edad adulta como parte de un tema de conversación no menos importante. ¿Cuánto afecta un cambio de escuela a un niño? Pregunta a la cual hay muchas respuestas y con distintas opiniones pero habría que sumarle un anexo que sería ¿Cómo toman esta situación los amigos de este niño?
Imagen tomada de Flickr por anferchavez
Para empezar el análisis, hay que decir que estos cambios generalmente son abruptos y escapan totalmente al control de los niños, por tanto de todas maneras llevan un grado de traumatismo intrínseco, más si le sumamos el poco manejo de situación y experiencia que tiene el niño. El resultado puede ser tan fatal como un niño inseguro y lleno de miedos e incertidumbre acerca de su futuro al pensar que lo mismo podría suceder con sus padres o familia cercana y éstos irse de pronto un buen día de su lado.
Casi siempre existe rechazo inicial de parte del protagonista puesto que el hombre es un ser de hábitos y trabaja en base a adaptaciones, por lo cual, cualquier cambio genera un grado de stress. Claro que pueden existir ciertas circunstancias en las que el niño le abra los brazos a la repentina medida como podría ser el caso de que sea maltratado en el colegio primigenio. Por otra parte, nos encontramos con el daño colateral, término que podríamos usar para enmarcar lo que sienten los demás niños.
En mi experiencia personal, les puedo comentar que en ese momento me sentí mal, nadie me había dicho ni advertido nada al respecto de que estas cosas podían suceder y aquí estoy más allá de los nombres propios como el de mi amigo coreano. Aquí me refiero a que de pronto te cambien parte del escenario y te arrebaten a una persona a la que le tenías cierto aprecio y donde empezaba a cultivarse una amistad. Eso dicho en términos de un niño de siete años, porque si hacemos la traslación hacia términos adultos, bien se puede considerar como un atropello total, una sensible desconsideración y, como mínimo, un buen ejemplo de lo que en el mundo adulto se llama irrespeto y prepotencia.
¿Cómo se pueden minimizar estos daños para que los damnificados sufran menos? Pues, para empezar, se debe anunciar con la debida anticipación que pueden ocurrir estas cosas, que son parte de la vida misma y que debemos comprender poco a poco. Eso en general. En concreto, se puede anunciar que un niño dejará la escuela, no sólo a él, sino a sus compañeros también, igual, con la debida anticipación que el caso amerite. Pero junto a estas recomendaciones que exigen las mínimas reglas de consideración podemos citar otras no menos importantes.
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Una sabia medida, consistiría en involucrar al niño en el cambio que se va a operar. Por ejemplo, sería muy sano que los padres acudan a averiguar acerca de las posibles nuevas escuelas en su compañía, pasearse por los distintos ambientes acompañados del niño y pedirle su opinión, hacerlo claramente partícipe de la decisión sin el menor atisbo de presión de su parte, que él sienta que no pierde totalmente el control de la situación.
Otro gran acierto sería expandir los horizontes del niño. Como sabemos, a los niños se les hace un mundo hasta las más simples situaciones, por lo tanto hay que ver de facilitarle las cosas. Por ejemplo podemos decirles que en la nueva escuela conocerán nuevos amiguitos y así dispondrá de un número mayor de amigos, además de los que ya tiene en la otra escuela, recalcarle que no perderá amigos sino que ganará muchos más. En esta etapa inicial del cambio, sería conveniente que el niño sea acompañado por su nana o uno de sus amigos íntimos para que sirvan de refuerzo a lo que los padres proponen, fundamentando de esta manera la seguridad que sentirá.
También sería conveniente explicarle con detalle la nueva rutina que seguirá y procurar que ésta, en esencia, no diste mucho de la anterior en cuanto a horarios al menos. Por último, recalcarle al niño que el cambio no se debe a que éste haya fracasado en la escuela en la que estuvo sino más bien a razones de otra índole que nada tienen que ver con él.
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