“¿Qué significa esta palabra, mamá?, ¿Qué quiere decir esto, papá?.” Si alguna vez durante una tarde con tus hijos, has visto como te lanzaban este tipo de preguntas cada 5 minutos, y tras las primeras 3 respuestas, te has visto en la necesidad de decirles, conteniendo el enfado, que utilicen el diccionario; entonces, es que ya te has dado cuenta de lo indispensable que es este instrumento en la educación.
Muchas veces por pereza, por comodidad ante la posibilidad de preguntar a terceros, otras por desconocimiento acerca de todas las utilidades de esta herramienta. El caso es, que los más pequeños acaban considerando el diccionario como un pesado libro, que termina relegado a un sitio de difícil acceso en las estanterías, o como pisapapeles.
Pero la alergia a este tipo de libro, no la sufren sólo los menores de la casa, sino que también se manifiesta en adultos, quienes ante la duda del significado u ortografía de una palabra, deciden aventurarse a adivinar, deducir por el contexto del párrafo o jugársela a cara o cruz.
De la misma forma que a los alumnos, a partir de un determinado curso, se les permite que acudan a las clases con calculadora; sería bueno que se les instara a que el diccionario fuera un elemento tan indispensable como los cuadernos o el bolígrafo.
Si consiguiéramos que se convirtiera en un libro de consulta habitual al leer, realizar deberes o estudiar, los beneficios serían muy significativos en cuanto a comprensión verbal (entender los enunciados de los problemas), fluidez verbal (encontrar la palabra adecuada) y ortografía (se escribe con b o con v), etc.
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