Recuerdo que, hace muchos años ya, siendo yo estudiante de la EGB, hablábamos con una estudiante de magisterio que hacía las prácticas en el colegio donde yo estudiaba. Ya ni recuerdo cómo salió el tema, pero el caso es que le nombramos a la ‘maestra’ tal, y ella, muy seria, nos dijo, ‘no, no, debéis decir profesora, no maestra, profesores somos todos los que estudiamos para ser profesores, pero maestros hay muy pocos.’
En esa época, ni mis años ni mis conocimientos del tema me dejaron entender del todo aquella frase, sin embargo, se me quedó grabada. Después de años de estudios, de tropezarme con profesores de todo tipo, de haber desempeñado yo misma la labor de profesora durante años, creo que he entendido aquella frase. Y sí, es cierto, profesores somos muchos, maestros no hay tantos, pero Maestros con mayúsculas, concepto que no tiene por qué coincidir con las estadísticas de los egresados de Magisterio.
Y sin embargo, si recordamos a algún ‘maestro’ de esos que te dejan huella, lo vamos a encontrar, precisamente, en el nivel inicial de nuestros estudios, en los años de las coletas y los pantalones cortos. Y es que éstos son los maestros más importantes, los que dejan más huella, los que hacen abrir los ojos al mundo.
En el Jardín de infancia, los niños dejan de ser los bebés de sus padres y se convierten en personas independientes: se relacionan con personas diferentes a su círculo familiar o de amistad; se ponen en contacto con rutinas que les van a ser imprescindibles a lo largo de su vida; van a aprender a organizarse; entre juegos, van a descubrir los rudimentos de las matemáticas, la lengua…
procesos de indagación y reflexión que les van a abrir no sólo el camino hacia el resto de su escolaridad, sino incluso hacia la vida.
En la primaria le van a dar el contenido a todo ese esquema inicial: van a desarrollar las actividades de lecto-escritura, van a aprender nociones matemáticas, van a acabar por descubrir algo que ya se apuntaba en el Jardín, que el mundo es muy amplio y que ellos forman parte de él.
Los maestros de la enseñanza primaria deberían ser como los jefes de la pista de un circo, que van anunciando lo que va a suceder, guiando al espectador, pero que dejan que cada actor, cada personaje haga su función. Y, en mi comparación circense, los alumnos deberían ser los actores, no los espectadores, por supuesto.
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